

Los viñedos abarcan una decena de hectáreas. Hay unas 60.000 plantas, de las que obtiene otras tantas botellas por año.
Mounier explica su filosofía vinícola: “Nos concentramos más en la calidad que en la cantidad. Casi un 40% de la producción lo vendemos entre quienes visitan la bodega; un 50% en hoteles, vinotecas y restaurantes y un 10% lo exportamos a Estados Unidos, Suiza, Brasil y Australia. Además, le damos mucha importancia a la ecología y al cuidado de los suelos y las vides: no usamos herbicidas ni pesticidas inorgánicos”.
Aunque la bodega recibe turistas casi todos los días, hay una jornada muy especial. “A fines de marzo, generalmente un sábado, la gente puede participar de la vendimia. Este año vinieron unas 1.000 personas”, cuenta Mounier. Familiares, amigos y turistas cortan las uvas de los racimos y, además, disfrutan del desayuno, de comidas caseras y de un espectáculo folclórico. Como si fuera poco, a la vuelta de la finca pueden ver ruinas de morteros diaguitas. Bien salteño. Y bien alto. “Nuestros viñedos están a 1.850 metros de altura, en la Sierra del Cajón. Tenemos mucho sol, pocas lluvias (200 mm anuales) y gran amplitud térmica (entre 15° y 20° C entre el día y la noche). Todo esto garantiza vinos más expresivos, con mucha fuerza”, agrega el enólogo. Este terruño aparece en el Torrontés cosecha 2011 que acaba de presentar la bodega. Sus aromas a cítricos, flores y durazno blanco, su buen volumen y sus notas de madera tienen acento salteño. Bien marcado.