Evidentemente el mundial de tango que se realizó en Argentina en agosto, permitió enlazar toda su historia, junto a la de otro coloso argentino: el vino. Para esta nota, sería necesario situar históricamente el desarrollo del tango, sus etimologías, origen y experiencias de la vida cotidiana que siempre lo acompañó.
Para comienzos del siglo XIX, el vocablo tango, era una palabra que podía asimilarse a hueso, piedra, o tángano, pero luego otros significados pasaron por “fiesta y baile de negros y de gente de pueblo de América”, luego con el correr de los años lo han ido readaptando simbólicamente, hasta convertirlo en “baile argentino de pareja enlazada, forma musical binaria y compás de dos por cuatro, difundido internacionalmente”, esto señalado normativamente por las enciclopedias y diccionarios.
De todos modos, existen varias versiones del vocablo, por un lado que su introducción es de origen portugués, debido al dialecto criollo-afro-portugués, por otro lado se habla de lenguas africanas, provenientes de esclavos que llegaban al Río de la Plata, bajo la cual el significado sería el de “lugar cerrado”, y también el dialecto bozal, con la expresión “tocá tambó” o “tocá tango”, siendo este el inicio del baile, al comenzar a tocar el tambor, pero en este sentido, señalando tango al lugar de reunión, ya sea en América, o en Africa.
En los comienzos del siglo XX, el tango había encontrado su lugar, en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, en los bordes del Riachuelo, en las casas de baile, en esos momentos, se los reconocía a los tangueros, que vivían en el arrabal, en bulliciosas pensiones, en su mayoría inmigrantes que venían solos, de España y de Italia, y se reunían en fondas, en la que comían los famosos guisos o pucheros, al margen de las mujeres, que no eran muchas, y que principalmente se alojaban en casas de cita o academias.
Entre el tango y el vino, comienzan a tejerse una serie de relaciones, a veces discordantes por su origen, desarrollo histórico y entorno, pero con una emoción y un sentimiento que alberga, en cierto sentido, una identidad compartida. En esos primeros comienzos, en el que se trataba de cuestiones populares, pero que fue desarrollándose hacia lo más top de la burguesía, donde tanto beber, como bailar, formó parte de ambas culturas.
Y a esto agregar que el vino, reúne los grandes paisajes de viñas, bodegas, entornos poéticos, que van acompañados de aromas y sabores placenteros, de todos los reflejos de la noche, para desahogar las pasiones del resplandor del día, y en el otro camino, el tango, con su empedrado inolvidable, con sus conventillos cargados de melancolía, que ocultan los viejos faroles y almacenes, que sobreviven a nostalgias. No hay descanso a las latentes emociones, cuando estos dos sentimientos logran aunarse, la libertad de ese placer físico, de ese enlazamiento entre dos personas, que no tiene muchos parangones en lo que refiere a sensualidad, y que se recuesta suavemente en el placer de otros sentidos, los de los aromas tan inquietantes, y un conjunto de otras cualidades sensuales, ya ubicadas muy cercanamente a lo sublime, que solo esta pareja puede regalarnos, y con el solo hecho de mimetizarnos en ellos, y de tener la posibilidad, de este modo, de apropiarnos de sus sensuales códigos, es que logran despertar excelsamente, cada una de nuestras emociones. Bon Appetit.
05 de septiembre de 2009